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Tomás Calvillo Unna

06/04/2022 - 12:05 am

La espiral del fuego, su liberador secreto

"El peligro de equivocar el pasado/ para leer el presente/ convoca cada amanecer/ a sus fantasmas".

El desprendimiento. Pintura: Tomás Calvillo Unna

Rendija: El Dr. Salvador Nava, logró una hazaña política, hoy difícil de imaginar, encontró la pluralidad en la polaridad, y reunió a diversos actores nacionales por una causa regional democrática, que se convirtió en una enseñanza para el país entero. En realidad, le tocó ser un precursor, cuando la sociedad vivía una emergencia (por la violencia, la corrupción o el autoritarismo) convocó a la nación y focalizó el problema: “sumémonos para que el partido de estado deje el monopolio del poder, ciudanicemos los órganos electorales y permitamos que la representación política no esté viciada de origen”. Un demócrata puro sin duda. Nació el siete de abril de 1914 (en plena revolución armada), hace 108 años y su voz sigue hablando al presente. Recordarlo es un compromiso con la honestidad política, no la nostalgia del pasado. Imaginemos cómo encarnar hoy en día esa dignidad ciudadana que ejerció a cabalidad, cuando la violencia y el crimen expanden su poder, en una República que no ha perdido la esperanza y que de una u otra manera la busca construir.

Asistimos diariamente a un festín interminable

de imágenes que se sobreponen

sin consideración alguna,

como si provinieran de la nada

en su aparente gratuidad

y tuvieran el día libre

las 24 horas para abrumar

el paisaje con sus secuencias.

 

A veces pareciera que estamos enterrados vivos,

que nuestra capacidad de movimiento es nula,

que nuestros sueños desaparecen

y son otros los que narran los sucesos que creemos vivir

en la funeraria de la realidad virtual

 

Nos confundimos cuando vemos el espejo, no el camino;

hasta que el tiempo se despoja de su máscara

y el sudor helado del engaño

nos confronta con el cisma

que tarde o temprano

cada uno habrá de vivir.

 

Lo que nos rodea

es una amalgama de imponderables

que nos obliga a estar atentos en cada esquina

si no queremos ser derruidos

por la perenne distracción.

 

La travesía es corta, a veces muy corta

porque es solo un inicio

y ya lo damos por terminado;

atrapados en el bullicio

de aspirar a ejercerlo todo.

 

El peligro de equivocar el pasado

para leer el presente

convoca cada amanecer

a sus fantasmas.

 

El sarcófago que llevamos

no ayuda a la necesaria ligereza

de no ser nadie,

para saber escuchar

el golpe seco

que detiene el reloj del apego

y deja que la hondura del ser se pronuncie.

 

La rendición dentro es la libertad afuera.

La revelación es el desgajamiento

de nuestras creencias,

la desnudez primigenia

que nos hermana en el azoro,

al ser criaturas que portamos

la antorcha de los ancestros;

el soplo atemporal de humanidad

que no acabamos de comprender.

 

Necesitamos un tiro de precisión

y detener la rotación

de nuestros pequeños mundos

y el desabasto existencial

de nuestro consumo.

 

Más allá del magma y el hierro

se encuentra la espiral de la ternura

sin la cual el fuego se apagaría.

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